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estoy tan seguro y nada parece tener sentido. Aunque intente calmar todo
esto por mis hijos, no puedo. ¿Qué me pasa?”. Lo que le sucede a este hom-
bre no es indiferente a su edad, ya que esta mediana edad es como la llegada
al destino del primer viaje que divide las aguas. A esta altura pierden el mo-
tivo por el que se esmeraban tanto, y necesitan un destino diferente al que
tenían en el primer viaje. Si en la segunda parte de la vida continúa buscan-
do el éxito mundano únicamente, queriendo ser reconocido por la gente, en-
tonces aquella será una vida cada vez más vacía.
Inicie un viaje que busque a Dios
Para que se concrete el itinerario de nuestras vidas, debemos partir hacia el
segundo destino y no al primero. Generalmente, las personas inician su se-
gundo peregrinaje con hechos traumáticos o dificultades. El trauma más co-
mún es el cambio que se produce por los años en nuestro cuerpo y mente, y
nos deja delante de la jubilación o el desempleo. También puede ser por el
sufrimiento generado por la traición o muerte de algún ser querido, una en-
fermedad grave o nuestro propio pecado que nos impulsa a realizar un nue-
vo peregrinaje.
Moisés pasó de ser príncipe a asesino y se vio obligado a irse al desierto, sien-
do rechazado por toda la realeza de Egipto e incluso por su propio pueblo.
Así inició su segundo viaje, donde viviendo en aquel desolado territorio per-
dió todo el orgullo, el poder y la confianza que tenía como príncipe, y sólo
le quedó humildad, y ahí comenzó a buscar la existencia de Dios. Al ver este
resultado nos damos cuenta de que su peregrinaje no fue ni un fracaso ni un
desperdicio ya que fue un viaje que Dios mismo guió, y Él estaba esperándo-
lo en su punto de llegada.
¿Qué hay en el caso de Pedro? Al traicionar al Señor sale a la luz su ser vil
que se negaba a admitir, y sufre porque le repugna su propio ser. No obstan-
te, aquello no fue un fracaso. Por el contrario, fue un nuevo recorrido. A par-
tir de lo sucedido, Pedro ya no confía en sí, sino que se entrega a las manos
del Señor y sólo lo sigue a donde lo lleve Su Palabra.
El fracaso y el sufrimiento revelan nuestra debilidad y todo lo oscuro que te-
nemos dentro de nosotros; y así nos guían hacia el segundo trayecto de nues-
tras vidas. El camino que nos completa no es aquél donde enterramos nuestros
pecados y errores, sino que es donde entregamos todo delante del Señor, al
igual que la luz que atraviesa las tinieblas, y ponemos nuestras vidas en Sus
manos, confiando en Él, quien es nuestra guía. Para que este segundo viaje
sea exitoso debemos tener bien en claro cuál es nuestra meta, como Pablo, y
confiar enteramente en el amor y la salvación de Jesús (véase Filipenses 3:12-
14). Aunque no veamos bien claro hacia dónde debemos ir, tenemos que seguir
al Espíritu Santo y la Palabra, ellos nos guían. Debemos agradecer y realizar
la confesión de fe al Señor, quien nos guiará hasta el final. A pesar de que to-
dos iniciamos nuestro segundo peregrinaje solos, a medida que avanzamos
nos encontramos con miles de hermanos y hermanas en la fe que van por el
mismo camino; y allí es donde nos encontramos con Dios.