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El Salvador demi alma 
de Ken Gire (3)
Traducción: Yoon Jong-seok
Fotografías: equipo de fotografía de Duranno y shutterstock
Texto tomado de “Momentos Íntimos con el Salvador” de Ken Gire Copyright © 1898 by Ken Gire.
Utilizado con el permiso de Zondervan. www.zondervan.com
Señor, Tú que resucitaste,
haz que en los momentos en que las lágrimas no me dejan ver
y todo se nubla, pueda limpiar mis ojos y verte a Ti que estás
a mi lado. ¡Jesús, Tú que sabes por qué lloro y qué me duele!
Cuando las circunstancias aflijan mí corazón y me opriman,
oraré para que Tú puedas sacarme de allí. Reaviva mi fe cada
vez que me agobie la desconfianza. Lléname de alegría y
líbrame de la tristeza. Cancela toda frustración de mí y haz
que florezca la esperanza. Estoy alegre, porque mientras mi
Salvador esté conmigo, siempre tengo la esperanza de la
cálida mañana de Pascua, por más que sea un viernes oscuro.
María, frustrada, les dice porqué está llorando y se escucha una voz detrás pregun-
tando: “Mujer, ¿por qué lloras?”.
María se voltea para ver quién habla. ¿Llorará porque había mucha niebla en la ma-
ñana? ¿Porque sus lágrimas no la dejan ver? ¿Porque jamás imaginó que volvería a
ver a Jesús? Sea cual sea el motivo, no reconoce a Jesús hasta que Él la llama: “María”.
Se seca los ojos y ve a Jesús, pero aún así, sigue sin poder creer lo que ve. Finalmente
logra ver al Señor que tanto ama, y grita emocionada: “¡Maestro!”. Ella estaba junto a
Él cuando sufría en la cruz y ahora que ella sufre, Jesús está a su lado. En aquel enton-
ces, Él vio sus lágrimas; y ahora resucitó y está con ella para limpiarle todas sus lágri-
mas. Es momento de enviarla a Sus discípulos para que conozcan esta buena noticia.
“¡Jesús está vivo! Vi al Señor, lo toqué. ¡Está vivo!”. Así, renace la esperanza de Ma-
ría, también.
Tras haber resucitado, Jesús podría haber recorrido las calles de Jerusalén para que
todos vean su triunfo. Podría haber llamado a la puerta de Pilato, o presentarse ante
los sacerdotes. No obstante, la primera persona que nuestro Señor fue a ver al resu-
citar fue a esta mujer, que había perdido la esperanza. Y lo primero que le dijo fue:
“¿Por qué lloras?”.
¡Qué bueno que es el Salvador a quien servimos, o mejor dicho el Salvador que
nos sirve! Él no anuncia Su triunfo ni en el momento decisivo de la victoria. Por el
contrario, se acerca en silencio a esta mujer desconsolada que necesita escuchar des-
esperadamente la voz del Señor, ver Su rostro y ser abrazada por Él.