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Pioneros de la misión
L
uego de diez años como misioner­o
médico en Pakistán, en el 2011
comenzamos el ministerio del tiempo
devocional y discipulado uno a uno,
junto a una organización local. En el
seminario teológico, iniciamos las re-
uniones de tiempo devocional y de-
cidimos estudiar para el discipulado
durante un semestre. También comen-
zamos a editar un libro devocional en
pakistaní. Como aquí nada está bien
establecido (ni la traducción ni la co-
rrección ni la impresión), era nece-
sario que yo supervisara cada una de
esas áreas. Además, aunque el costo
de producción de cada libro es de un
dólar, los vendemos a mitad de precio.
Pero aun así hay quienes tienen mu-
chas dificultades para pagarlo, ya que
aquí la mayoría pertenece a la clase ba-
ja y viven con cien a ciento cincuen-
ta dólares al mes. Y en medio de toda
esta situación, en mayo del 2013 casi
tuvimos que suspender la edición por
motivos financieros, porque era impo-
sible costearlo sólo con el dinero del
misionero. Mientras estábamos a pun-
to de reunirnos con los misioneros lo-
cales para conversar sobre este tema,
Pakistán,
la tierra sagrada de Dios
Park Sung-joon - Misionero enviado por TIM
recibí un llamado. Era un musulmán
del norte de Pakistán, quien había re-
cibido uno de nuestros devocionales
(no sabe cómo), y estaba interesado
en Jesús y en el Evangelio. Inmediata-
mente pude ver que Dios estaba alegre
de este ministerio del tiempo devocio-
nal y que estaba utilizándolo como un
medio para predicar y no sólo como
un simple libro. Así, la reunión sobre
cuestiones económicas terminó sien-
do sobre cómo poder editar un mejor
libro. Dios estaba obrando así.
Pasó el tiempo y llegó un momento
en el que sin darme cuenta estábamos
realizando discipulados uno a uno con
un hermano que se había convertido
del islam al cristianismo, y me pre-
guntó: “¿Por qué los misioneros no
predican?”. Como estaba prohibido
predicar en aquel país, siempre du-
dé en hacerlo, pero me arrepentí en
ese mismo instante y salimos a predi-
car con todos los que participaban en
el discipulado. Entonces, salimos a la
plaza, donde repartimos folletos y pre-
dicamos a unas trescientas personas.
Lo sorprendente era que nadie recha-
zaba ni se veía disgustado por lo que