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conocimiento y la formalidad. Pero la
manera en la que nos alimentamos de
la Palabra debería ser diferente por-
que la Palabra es vida. Así como en
otras épocas comían para sobrevivir,
debemos alimentarnos de la Palabra
para vivir. Ya que si no nos nutrimos
de la Palabra de la verdad no podre-
mos vivir aunque la formalidad y la
teoría sean necesarias.
Porque amamos más al
mundo que a Dios
La Biblia permanece dormida porque
los hombres no desean conocer “el co-
razón de Dios”. Las personas desean
conocer en profundidad a quienes
aman y anhelan saber sobre el amor.
Por eso cuando les gusta un deporte
tratan de aprender más sobre esa ac-
tividad. Por el contrario, no les inte-
resa saber sobre lo que no les gusta.
Nosotros no podemos conocer el co-
razón de Dios porque amamos más
al mundo que a Él. Por eso nos senti-
mos incómodos cuando Dios nos di-
ce que nos ama.
Asimismo, el corazón de Dios está
puesto en la Biblia, pero no podemos
verlo porque no la estudiamos deteni-
damente. Por ende, no podemos com-
prender a Dios que nos ama. Nosotros
no amamos a Dios. Al contrario, Él
nos ama. Es unilateral. Qué incómo-
do que debe ser que un día, de repen-
te, aparezca alguien que nos dice que
nos ama, nos hace regalos y nos dice
que si no lo amamos se quitará la vida.
Y si realmente se mata, ¿no se senti-
rían culpables? La Biblia nos dice que
Dios nos ama. Pero si nosotros ama-
mos más al mundo que a Él, sería una
relación unilateral. El amor de Dios
que no rechaza ni la muerte, no es lo
suficientemente bueno para nosotros
porque de aceptarlo y amarlo, debe-
mos abandonar el mundo.
Por la soberbia de querer
ser más que el Creador
Las personas no quieren que sus pe-
cados salgan a la luz porque les aver-
güenza. La Palabra de Dios ilumina
el corazón del hombre revelando sus
pecados. Por naturaleza, tendemos a
ocultar nuestras faltas y relucir nues-
tros logros. Esta característica viene de
la arrogancia de querer recibir más glo-
ria que el Creador. Si somos soberbios
no podremos ver nuestros pecados.
Así como dicen que al principio el
hombre bebe alcohol, pero al final és-
te terminando bebiendo al hombre;
nosotros somos quienes comenzamos
a leer la Biblia y con el paso del tiem-
po podremos experimentar cómo la
Biblia nos lee a nosotros. Si la leemos
hasta embriagarnos, descubriremos
que nuestro ser revela por completo.
Un día cuando estaba leyendo la Bi-
blia, Dios me habló a través de ella:
“Eres un pecador, pero yo soluciono
ese pecado”. Era una gracia sorpren-
dente. Comencé a estudiarla para en-
señarla y predicar. Para poder lograr
eso leía la Biblia para comprender y
conocer la Palabra de Dios. No obs-
tante, Él me preguntó: “¿Cómo pue-
des tú comprenderme?”. A partir de
entonces no intento entender la Bi-
blia, sino que soy yo la entendida por
ella; y no medito la Palabra, sino que
la Palabra medita en mí. El autor de
Salmos confesó lo siguiente cuando
fue comprendido y meditado por la
Biblia: “La ley de Jehová es perfecta:
convierte el alma; el testimonio de Je-
hová es fiel: hace sabio al sencillo. Los
mandamientos de Jehová son rectos:
alegran el corazón; [...] los juicios de
Jehová son verdad: todos justos. De-
seables son más que el oro, más que
mucho oro refinado; y dulces más que
la miel, la que destila del panal” (Sal-
mos 19:7-10).