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Eclesiastés
Introducción
El nombre original hebreo de este libro es Qoheleth, que significa “maestro” o
“predicador”. El nombre Eclesiastés se deriva de la palabra griega con el mismo
significado. Hay indicios internos en el libro que señalan al rey Salomón como su autor,
como cuando el autor se identifica como “hijo de David, rey en Jerusalén” (1:1) y las
descripciones de su sabiduría, riqueza y proyectos de construcción. Si, efectivamente,
Salomón escribió este libro, lo pudo haber hecho alrededor del 945 a.C. Este libro nos
enseña una verdad conocida: las cosas de este mundo no nos pueden satisfacer, sólo lo
puede hacer Dios. Por lo tanto, perseguir el placer físico y las posesiones materiales es
en definitiva un absurdo. En lugar de ello, debemos conocer y temer a Dios.
¡Todo es absurdo! (1:1–11)
El Maestro observa que no hay ningún sentido bajo el sol. No hay ningún sentido
en la vida humana, pues todos eventualmente morimos y somos olvidados para
siempre; no hay ningún sentido en la tierra misma, que sólo tiene ciclos; no hay
ningún sentido en la historia, que sólo es como la tierra: cíclica y repetitiva.
La sabiduría, el placer, la insensatez y la realización (1:12–2:26)
No hay ningún sentido en la búsqueda del conocimiento ni de la sabiduría,
porque cuanto más sepamos, más tristes nos sentiremos. El placer físico—ya
sea que provenga del alcohol, del sexo o de la acumulación de las posesiones—
también es absurdo—. La insensatez misma tampoco tiene sentido, como
tampoco lo tiene el esfuerzo ansioso por tener más logros en la vida.
Seamos felices, hagamos el bien (3:1–22)
Sin importar lo que hagamos, nuestro destino estará determinado por las cosas
que estánmás allá de nuestro control. No podemos ver ni cambiar lo que pasará en
el futuro, así que debemos simplemente tratar de disfrutar el trabajo y hacer el bien
mientras estemos aquí en la tierra.
Un correr tras el viento (4:1–16)
Consideremos el sufrimiento de los pobres y los oprimidos. Miremos a
los gobernantes malvados que disfrutan el poder y la riqueza a costa de los
desprotegidos. Consideremos nuestro deseo imparable de trabajar y trabajar. ¿No
es todomotivado por la envidia de los logros de nuestro prójimo?
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En la Biblia