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El regocijo da energía a la vida; por el contrario, la tristeza quita la ale-
gría de nuestras vidas. Los psicólogos afirman que “la tristeza es un cú-
mulo de sentimientos paradójicos que surge como reacción en alguien
que vivió una pérdida, o ante una relación o un propósito perdido”. Si
bien no podemos considerarla una enfermedad, es algo doloroso que
adormece nuestras emociones, dejándolas languidecidas; y dándonos
una sensación de soledad, vacío y abandono.
El problema es que la tristeza es algo cotidiano, y no un experimento
especial. Esto se debe a que no existe vida que no haya experimentado
la pérdida de una relación o un propósito. ¿Existe entonces alguna ma-
nera de vivir la vida superando tal angustia, y con alegría? Pablo esta-
ba preso con la posibilidad de recibir la pena de muerte, pero aún así
en su carta exhortaba a la Iglesia de Filipos: “Regocijaos, regocijaos
siempre en el Señor”. ¿Cuál será la clave para aquella “vida de regoci-
jo” que ni la muerte ni la cárcel pueden quitar?
Practique la gentileza
Perdemos el gozo por varios motivos, pero en las relaciones humanas
a menudo es por las heridas. Hay quien compara a las personas de es-
te mundo con los erizos. Si bien muchos animales cuando se trasladan
lo hacen en manadas, pero el erizo lo hace solo. No porque disfrute de
la soledad, sino porque si se acercara a otro de su especie, se lastima-
rían mutuamente. Lo mismo sucede con nosotros. Entonces, ¿no habrá
manera de minimizar estas heridas o prevenirlas? Veamos el pasaje de
hoy, Filipenses 4:4-5.
La Biblia nos enseña a cultivar la gentileza: “Vuestra gentileza sea co-
nocida de todos los hombres. El Señor está cerca”. La gentileza trata de
tapar los defectos de nuestro prójimo, en lugar de buscar sacarlos a la
luz; y el perdón es la manera de poner en práctica tal actitud. No obs-
tante, ¿por qué será que nos exhorta a ser gentiles, y añade al final “El
Señor está cerca”? Podemos interpretarlo de dos maneras. Una, que el
Señor, quien está cerca de nosotros puede ayudarnos. Y la otra es que
el día en que rindamos cuentas al Señor, debemos pedirle que sea gen-
til con nosotros. O sea, que debemos ser igual de misericordiosos con
nuestro prójimo a partir de ahora, pensando en aquel día que se acer-
ca. Así como dijo Jesús en el Sermón del Monte: antes de querer sacar
la paja del ojo de nuestros hermanos, debemos quitar la nuestra (Ma-
teo 7:3-5). Sólo entonces podremos aceptarlos y perdonarlos. El obse-
quio que recibimos cuando nos acercamos a nuestro prójimo con tal
generosidad es el regocijo de la vida.