Página 11 - AVANCES_DIC2014TCD

Versión de HTML Básico

15
El apóstol Juan definió a Dios de tres maneras. Primero,
Dios es Espíritu (Juan 4:24). Por eso debemos adorar a Dios
con el cuerpo, el alma y el espíritu. Segundo, Dios es Luz
(1 Juan 1:5). Por ende, debemos permanecer y obrar en la
luz, y no en la oscuridad. Tercero, Dios es Amor (1 Juan 4:8).
Esta última incluye a las dos ya mencionadas. Como Dios
es Amor, también nosotros debemos amarnos los unos a los
otros. Por este motivo el apóstol Juan nos exhorta a amar-
nos entre nosotros en 1 Juan 4:7-11.
La razón por la que debemos amarnos los unos a
los otros
¿Por qué debemos amarnos los unos a los otros? Primero,
porque el amor es de Dios (vv. 7-8). La naturaleza de Dios es
el amor. Él es el amor en sí. Es por eso que para Él, amar es
algo natural y obvio. No obstante, Satanás no puede hacer-
lo. Pueden fingir amar, pero es sólo un engaño y una men-
tira. “Todo el que ama es nacido de Dios y conoce a Dios”
(v. 7). Y como Él es amor, todo aquél que no ama, no puede
conocerlo. Conocerlo y creer en Él significa amar.
Segundo, porque Dios envió a Su Hijo Unigénito para sal-
varnos (vv. 9-10). Muchas veces nosotros amamos sólo de
palabra. No hay nada que no podamos hacer de palabra. Sin
embargo, si no podemos demostrarlo con las acciones y por
medio de nuestras vidas, entonces ese amor no es perfec-
to. Dios nos ha dicho que nos ama, unas veces a través de
los profetas; y otras veces, personalmente. Además lo de-
mostró mandando a Su Único Hijo Jesucristo. “Él nos amó
a nosotros y envió a Su Hijo en propiciación por nuestros
pecados” (v. 10). Por medio de este versículo podemos sa-
ber que Dios mandó a Su Único Hijo Jesús a estos “pecado-
res”. Hay quienes dan su vida por un gran líder o alguien
destacado, pero nadie lo hace por un pecador. No obstante,
Dios envió y dejó que Su Hijo muriera en la cruz por unos
pecadores que no merecían vivir. ¿Quiénes son esos peca-
dores? Ustedes y yo. Nos amó a nosotros que no tenemos
nada agradable ni bueno, hasta el punto de mandar a mo-
rir a Jesús. Todos nosotros somos pecadores condenados a
morir y no podemos salvarnos. Es por eso que Jesús, quien
no tenía ningún pecado, murió como un sacrificio para res-
taurar nuestra relación con Dios. Gracias a Su muerte, re-
cibimos la salvación y la vida eterna. Reflexionando sobre
el amor del Señor que entregó Su vida por nosotros, debe-
mos poder confesar: “T­endría que haber muerto yo, pero
Tú moriste en mi lugar, Jesús.