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más ingredientes. O sea que tendría que haber sobrado más, pero no fue así. Tal
vez sea por esto que este milagro no es tan conocido. Si durante la multiplica-
ción de los cinco pescados hubieran comido mil personas y sobrado tres cestos,
entonces este hecho hubiera sido superado por el de los siete pescados y se ha-
blaría y se predicaría solo este caso.
No obstante, también es un gran suceso si se hubieran alimentado sólo quinien-
tas personas, en lugar de cinco mil. ¿Cuál es la diferencia entre alimentar a quinien-
tos con cinco pescados, o satisfacer a cinco mil? Tampoco existe diferencia alguna
entre la multiplicación de cinco pescados y la de los siete pescados. Ambos son dos
milagros asombrosos. Por ende, no debemos comparar basándonos en números.
La Biblia relata el milagro de los siete peces de la siguiente manera: “Los que
comieron eran como cuatro mil hombres, sin contar las mujeres y los niños (Ma-
teo 15:38)”. No dice simplemente “eran cuatro mil”. ¿Será que el traductor lo
comparó sin darse cuenta con la multiplicación de los cinco pescados?
La vida que agradece la gracia efímera
Nosotros siempre queremos algo más grande en tamaño y en cantidad. Por eso,
a pesar de haber comido y estar satisfechos, nos conformamos si sobran unos do-
ce canastos. Y no podemos decidir cuál preferimos: si la multiplicación de los
siete pescados o la de los cinco. Si, total, nos bendecirá, esperamos que nos llene
de gracia en abundancia como un gran diluvio; y no nos conformamos con una
bendición efímera y escasa como el rocío. Si la recibimos queremos un Espíri-
tu que sea intenso como el fuego, porque no nos basta con que sea ligero como
una paloma. Estamos más interesados en el poder del Espíritu y en Sus talentos
que en Sus frutos.
¿Acaso no es lo que pedimos cuando oramos: más poder, más bendición, más
gracia? Pensamos que en la Iglesia se deben reunir unas diez mil personas, por-
que no nos conformamos con mil fieles. Sin embargo, para Dios una Iglesia es
el templo donde se congregan diez personas o diez mil. ¿Se maravillará si se re-
únen diez mil fieles? ¿Se decepcionará porque sólo son diez? Para Dios los nú-
meros no significan nada. ¿Acaso no somos nosotros los que juzgamos todo con
números y medimos Su gracia y Su bendición basándonos en cantidad? ¿Acaso
no juzgamos a la Iglesia según el tamaño, y juzgamos el culto y a los miembros
según el número de personas reunidas?
La multiplicación de los cinco pescados se realizó para los judíos y el de los
siete pescados para los gentiles. Por lo tanto, los números no son importantes. Lo
más relevante es que ambos fueron provistos por Dios y fue para revelar que Él
es justo. En vez de esperar sólo el milagro de comer hasta llenarnos y que sobren
doce cestos, debemos poder agradecer la bendición que nos otorga cada día co-
mo un rocío. Así, Dios nos dice: “Yo seré a Israel como rocío […] (Oseas 14:5)”.
El rocío cae todas las mañanas sin falta, en silencio, sin que nadie lo sepa. La gra-
cia de Dios es tal cual. Si vivimos cada día recibiendo la bendición que Él nos da
como el rocío, entonces nuestra alma y nuestra vida se impregnarán en Su ben-
dición. Dejemos de esperar un diluvio de bendición y vivamos agradeciendo Su
pequeña gracia, o mejor dicho, la que parece pequeña.