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En el presente lo más importante somos nosotros. A menudo los cris-
tianos que vivimos en esta época nos encontramos entre la espada y la
pared ante la exigencia bíblica de servir a los demás y la importancia
de nuestro ser. ¿Por qué los cristianos debemos abandonarnos y servir
a los demás? ¿Cómo se sirve al prójimo?
La etimología de la palabra “servidumbre” es “siervo”; y de ésta provie-
nen el sustantivo “servicio” y el verbo “servir”. La Biblia hace referen-
cia al siervo desde dos perspectivas. Primero, representa negativamente
al siervo privado de la libertad. No obstante, da una explicación posi-
tiva sobre su servidumbre. Así, en Gálatas 5:13 dice: “Ustedes, herma-
nos, han sido llamados a la libertad. Pero no usen esta libertad para dar
rienda suelta a sus instintos. Más bien sírvanse los unos a los otros por
amor”. La Biblia nos enseña que la verdadera libertad es aquella que
“se ofrece para servir”. En 1 Corintios 9:19-23 podemos aprender qué
es la “vida de un siervo” y cómo podemos vivir así.
Conocer la gracia de la libertad
El apóstol Pablo nos enseña sobre la servidumbre del verdadero cris-
tiano en la carta que envía a la Iglesia de Corinto, y primero declara
que él es hombre libre: “Aunque no soy esclavo de nadie” (v. 19). A ve-
ces sentimos que nuestra obra es superficial y sin emociones. Eso se de-
be a que servimos pensando como esclavos. Entonces, para colocarnos
en la postura de la servidumbre genuina primero necesitamos reafir-
mar que somos personas libres en Cristo (Gálatas 5:1).
Al poco tiempo de haber finalizado la Guerra Civil de EE. UU., y ha-
ber sucedido la Proclamación de Emancipación, un anciano negro en-
tró a una tienda donde vendían aves. Señalando a uno, preguntó el
costo y lo compró. Al salir de allí, abrió la jaula y lo dejó irse volando
en libertad. Sorprendido, el dueño de la veterinaria salió corriendo y le
preguntó: “¿Perdió la razón o qué? ¿Sabe lo que acaba de hacer?”. En-
tonces el anciano le respondió: “Yo sé muy bien lo que hice, pero hay
dos cosas que usted no sabe: la primera, es que usted siendo blanco no
sabe lo que es vivir privado de la libertad; y la segunda, tampoco sabe
lo que se siente haberla recuperado”.
Si nos encontramos con Jesús quedaremos libres de todo pecado y con-
dena, y de toda relación opresiva. Jesús le dijo a la mujer que fue atrapa-
da cometiendo adulterio: “Tampoco yo te condeno” (Juan 8:11). ¿Cómo
se habrá emocionado ella al sentir esa libertad espiritual?
Como fuimos perdonados por el Señor, sólo tenemos que vivir siguien-
do al Espíritu Santo, quien nos guía, sin necesitar ser condenados ni es-
tar ligados a nadie. ¿Conocen la gracia de esta asombrosa libertad? De
ser así, agradezcan el privilegio de la libertad que nos da el Señor. S­ólo
podremos colocarnos en el lugar de la verdadera servidumbre cuando
conozcamos esta libertad.
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