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el dedo y la esquivaba. Un día, una conocida la llevó al Seminario de Sanidad In-
terna. Allí, mientras oraba luego de la charla, pasó por su cabeza cada ataque de
pánico que tuvo, como si fuera una película. Y sorprendentemente vio a Jesús que
la estaba ayudando en cada uno de los episodios. Él estaba cuidando de sus hijos
cuando ella había perdido la razón y evitó que tomara medidas extremas cada vez
que estaba afligida. Entonces, comprendió que la cadena de rencor que tenía en lo
más profundo de su ser era lo que la había llevado al mundo del terror. Ella con-
tinuó participando del seminario aún después de finalizado, escuchando las char-
las de sanidad interna y asistiendo a las reuniones. Comenzó a aplicar en su vida lo
que aprendía y poco a poco se dio cuenta de que el temor que sentía iba desapare-
ciendo cada vez más.
Finalmente logró superar el trastorno, restauró la relación con la familia de su es-
poso, y hasta regresó a trabajar como entrenadora de natación y está esperando su
segundo bebé. Y asegura: “Si no fuera por la obra del Espíritu Santo sería imposi-
ble. Como fui deportista, detestaba la palabra “entrenamiento”. Pero ahora amo
el “entrenamiento espiritual” que estoy haciendo para vivir junto al Señor y afe-
rrarme a la Palabra y a la oración”. Así como su confesión, si nuestro hombre inte-
rior se fortalece en Dios, hasta podemos librarnos de un grave trastorno de pánico.
La sanidad sucede por la obra del Espíritu Santo
En la Biblia encontramos términos similares a “el hombre interior”, como: “el in-
terno” (1 Pedro 3:4), “corazón” (1 Samuel 16:7, Proverbios 14:10), “interior” (Juan
7:38), “espíritu” (Mateo 5:3), entre otros. Si los dividimos en dos grandes grupos se-
gún su significado, el primero que es “el hombre interior” no señala sólo el cuerpo,
sino que también se refiere al interior de éste (2 Corintios 4:16). Y el segundo, ha-
ce referencia a la esencia de la existencia humana que puede recibir a Jesucristo. El
apóstol Pablo explica esta transformación en Efesios 4:22-24 utilizando la expre-
sión “viejo y nuevo hombre”. No obstante, para esto se necesita la madurez y santi-
ficación. Ya que la sanidad interna es el proceso de maduración del nuevo hombre
que no puede terminar con una única experiencia física ni emocional, sino que se
desarrolla a lo largo de toda la vida.
Una sanidad interna bíblica se funda en el nuevo pacto garantizado por la sangre
de Jesús (Lucas 22:20, Hebreos 9:15). El pecado destruyó la esencia del ser del hom-
bre que Dios creó y es por eso que por más tratamiento psicológico que hagamos no
podremos cambiar esa esencia corroída, ni el egoísmo. Sólo el Espíritu Santo puede
sacar a la luz hasta lo más oculto y restaurarlo, porque Él ve hasta lo más profundo
de nuestros corazones. Jesús no sólo sanó enfermedades del cuerpo mientras estu-
vo en la tierra, sino que además lo hizo con “toda enfermedad y dolencia” (Mateo
9:35). La Iglesia primitiva que continuó con el ministerio de Jesús era un “centro in-
tegral de sanidad” que curaba y fortalecía el cuerpo y el alma del hombre. La iglesia
actual debe restaurar este poder sanador ya que nuestro hombre interior se vuelve
fuerte cuando anhelamos día a día el poder de la cruz y la obra del Espíritu Santo.