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El Salvador demi alma 
de Ken Gire (2)
Finalmente, llegó a la cima al ser nombrado recaudador de impuestos. Pasó a
ser el rey en su área y a amasar gran cantidad de dinero. Se le resbala su ambi-
ciosa mano de tanto limpiarse el sudor de su frente. Ahora es el rey de los co-
merciantes y mira a Jericó desde arriba de la montaña que gobierna. Pero es
una montaña de estiércol, al menos para los judíos, que consideran los impues-
tos como una recaudación despiadada del gobierno. Al punto en que hasta el
Talmud lo criticaba diciendo que podían mentirles a los criminales y a los re-
caudadores de impuestos.
Obviamente, Zaqueo posee poder y dinero. No obstante, por más de que quie-
ra conseguir el reconocimiento de la gente, no lo logrará jamás. Tampoco tie-
ne amigos. Sin embargo, escuchó que Jesús es amigo de los recaudadores y que
se hospedaba en sus casas, y comía con ellos. También supo que le transformó
la vida a un colega suyo llamado Leví, de Capernaum , quien abandonó todo
lo que tenía y hasta lo que le generaba ingresos, sabiendo que dejaría de tener-
los. Seguramente Jesús no es alguien normal. Incluso se dice que es el Mesías
y esa posibilidad no deja en paz a Zaqueo: que Él sea amigo de los recaudado-
res de impuestos.
Zaqueo se trepa al árbol como un niño y se asoma a la punta de la rama para ver
a Jesús aún mejor. Increíblemente, a Su alrededor no había un elegante grupo
de personas ni formalidades. Está lejos de ser un rey. Sin embargo, tiene la pre-
sencia de un verdadero soberano. La gente se asoma a mirar por las ventanas,
los techos; y la calle está repleta de pequeños curiosos. Es imposible poner un
pie allí porque está lleno de religiosos, mujeres, maestros, caminantes, comer-
ciantes, panaderos, entre otros.
De repente, Jesús se detiene y mira a Zaqueo. En aquél instante el amor de la
salvación se extiende hacia la rama que sostiene a éste, y el alba de la esperanza
se acerca para este repudiado recaudador de impuestos. Una calidez descono-
cida revuelve su frío espíritu, mientras Jesús se abre paso entre el mar de gente
que lo observa atentamente y se acerca al sicómoro. Zaqueo siente retroceder
la oscuridad de su alma, que había entregado hace un tiempo al césar. Es hora
de reportarlo todo acerca de sí mismo a Cristo.
Su alma sabe que lo que tiene para reportar no es bueno. Las actas están reple-
tas de todas las veces que recibió dinero como soborno, o que retuvo un poco
Miles de años atrás, los gritos del
ejército de Josué destruyeron los
muros de Jericó.
Hoy, se derrumba otro muro allí
ante el pedido del Rey de ser amigos.
Pero esta vez aquel muro es el corazón
de un rico.