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que queremos sentir. Las emociones no hacen caso a la razón. Por eso nos cansa-
mos al esforzarnos por cambiarlas y hasta traen consecuencias no deseadas. Así, al
reprimirlas nos convertimos en alguien sin sentimientos, o aquella emoción repri-
mida explota en otro lugar.
Pero hay una manera segura de gobernar nuestros sentimientos: es renovando nues-
tra manera de pensar, y si logramos esto, también cambiarán nuestras emociones,
porque éstas nacen del pensamiento. Por ende, la limpieza del corazón debe rea-
lizarse en el razonamiento y no en el sentimiento. El culpable de destruir una re-
lación y causar devastación en la vida no, es la emoción, sino el pensamiento. Y la
sanación no se trata de transformar las emociones, sino de cambiar el pensamiento.
Un hombre de avanzada edad compartió su opinión luego de haber participado en
el Seminario de sanación interna. Desde hace mucho tiempo había decidido divor-
ciarse, y asistió al seminario para terminar de decidir sobre el asunto, al poco tiempo
de haber casado a su hijo menor. Se enfadaba con sólo escuchar la voz de su espo-
sa y lo único que deseaba era vivir en paz el resto de su vida. Pero escuchando las
charlas del seminario descubrió “la semilla venenosa” que se hallaba oculta en él.
Su padre murió cuando él estaba en el vientre de su madre y ésta derramó toda su
angustia y dolor en su hijo. Y fueron tantas las veces que le dijo “es todo por tu cul-
pa”, que se sentía muy culpable. No obstante, por medio del seminario se dio cuenta
de que para él todas las quejas de su mujer sonaban igual a las de su madre “es to-
do por tu culpa”. Y que el problema estaba en él y no en su esposa. Descubrió qué
era lo que encendía su ira con sólo escuchar a su mujer, que era la semilla del enojo
contra ella, y con esto pudo ver por primera vez el corazón de su esposa. Y estalló
en llanto al pensar cuánto habrá sufrido, y lo sola que se habrá sentido por él que
se enfadaba con una sola palabra.
Así de intrínsecamente está relacionado el pensamiento con el sentimiento, porque
es lo que forma las emociones. Por eso, éstas cambiarán si eliminamos los malos
pensamientos, como también cambiará la mirada con la que vemos al prójimo. Ve-
remos su corazón, tendremos misericordia de ellos, y nos parecerán amorosos. Se
restaurará la relación. Esto es labrar el corazón y es un proceso de sanación y ma-
duración. No es para nada fácil luchar contra nuestros propios sentimientos y ven-
cerlos, pero es posible ya que sí podemos elegir qué pensar.
Dios espera que así como Israel echó de Canaán a los extranjeros, nosotros poda-
mos discernir el mal de entre nuestros pensamientos y lo erradiquemos. Por eso nos
ordenó: “Poned la mirada en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Colosenses
3:2), porque podemos elegir.
No obstante, la limpieza del pensamiento necesita de la guía del Espíritu Santo ya
que quien no sabe mucho sobre el asunto no puede identificar las malezas. De la mis-
ma manera, a menudo es muy difícil diferenciar la mentira de la verdad con nuestra
sabiduría. Además, cuesta quitar una raíz profunda como lo es un viejo pensamien-
to. Pero el Espíritu ilumina hasta lo más profundo de nuestros corazones revelando
el pensamiento más oculto, y elimina hasta lo que parece imposible. Uno no nace
siendo tierra fértil, sino que llegamos a serlo a través de la constante “limpieza del
pensamiento” que realizamos junto al Espíritu Santo.