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L o v e S o n a t a
destruir. Y justamente cuando tenemos esa seguridad tenemos paz y alegría
y alabamos.
La razón por la que el mundo aún no nos conoce es porque no conoce a Dios
(v. 1). No nos conocemos a nosotros que somos los hijos de Dios porque no sa-
bemos quién es Dios. No obstante, Dios conoce el valor de sus hijos. Aunque
los demás no sepan todo el esfuerzo y lágrimas que derramamos al orar por
quienes no creen, lo sabrán algún día cuando ellos se vuelvan hijos de Dios.
Puede que otros no lo sepan, pero Dios lo sabe todo. Es por eso que cuando
comprendemos esta verdad, podemos colaborar con más entusiasmo. Cuan-
do hay muchas personas en un lugar, los padres solamente ven a sus hijos. Lo
mismo le sucede a Dios. Sus ojos están siempre puestos en nosotros a quienes
nos hizo hijos suyos. Y Dios nos amó tanto que hasta dejó morir a su Único
Hijo Jesucristo. Por eso no nos abandonará jamás. Dios se hace cargo de no-
sotros hasta el final. Él nos conoce y conoce todo lo que nos sucede, nuestras
lágrimas y sudor, y nos protege.
La visión del Hijo de Dios
¿Por qué habrá venido Jesús a este mundo? Para erradicar el pecado y destruir
la obra del diablo (vv. 5 y 8). Jesús es santo y por eso detesta el pecado y al dia-
blo. Por esta razón los hijos de Dios debemos vivir como Jesús: puros en este
mundo. Debemos tener el sueño y la visión de vivir sin cometer ilegalidades
y venciendo las tentaciones mundanas de Satanás.
La ley que Dios estableció para la salvación del hombre es la cruz de Jesucris-
to. Y la manera de ser feliz es por medio de la Palabra. El pecado es infringir
la ley (v. 4), es ir por el camino prohibido, no dirigirnos hacia la cruz como lo
determinó Dios, y es no seguir la Palabra. Por el contrario, una “vida pura” es
aquella que no infringe la ley, que va alineada con la Palabra de Dios.
Dios desea que vivamos puros y sagrados aquí. Aunque su mundo se tambalee,
viva la vida que Dios desea. Así, cuando rinda un examen haga todo lo posi-
ble dentro del límite de su capacidad, y no se copie. Si está haciendo algo que
El amor de Dios lo impulsó a mandar a Su
Hijo Jesucristo que no tenía ningún pecado
e hizo que muriera en la cruz para
limpiarnos con su sangre preciosa.
Es por ese amor que tuvimos la
oportunidad de ser los hijos de Dios.
No fue por mérito nuestro, ni
por nuestra voluntad.
Fue únicamente por el amor
que Dios nos tenía.